Sin techo y a la intemperie: crónica de una espera que no puede ser milagro (1990)
Por RG
Mar del Plata — La madrugada dejó un olor agrio a humo y madera mojada. Donde ayer había piezas y patios de tierra, hoy quedan montones de chapas ennegrecidas, colchones arruinados y juguetes torcidos por el fuego. Decenas de familias miran ese paisaje con la misma mezcla de cansancio y dignidad: no piden lástima; piden una oportunidad.
“No queremos que nos regalen nada, solo créditos”, repiten frente a los escombros. En las fotos improvisadas por los vecinos aparece un cartel escrito a mano: “Acá se aceptan donaciones”. El gesto resume el clima del lugar: urgencia, organización y la convicción de que cada hora sin respuesta agranda el frío.
El día después
Las viviendas eran precarias: madera, nylon, algunas chapas rescatadas. El fuego —rápido como el viento de la tarde— corrió de pieza en pieza sin dar respiro. Los bomberos trabajaron a destajo, los vecinos formaron cadenas de baldes, pero la lluvia llegó cuando todo estaba perdido. El amanecer mostró ranchos vencidos, ollas tiznadas, ropa humeante colgada de alambres para “ver si zafa”.
Las familias organizaron un campamento de emergencia: una mesa para repartir té caliente, otra para guardar documentos salvados a último momento, un rincón para los chicos. A cada rato aparece alguien con una frazada o una bolsa de pan. La solidaridad, siempre, llega antes que los expedientes.
La respuesta oficial que no alcanza
Funcionarios municipales recorrieron el predio y prometieron “gestiones”. Reconocen que la comuna no dispone de materiales suficientes para reconstrucción inmediata. Traducido: no hay chapas, tirantes, ni clavos para empezar hoy. La ayuda estatal se trabó donde casi siempre: licitaciones, depósitos lejanos, firmas que faltan.
Mientras tanto, la vida no espera. Los techos se reemplazan por plásticos; las camas, por pallets; la cocina, por un brasero que vuelve a encender el miedo. El ciclo de emergencia se repite barrio por barrio y temporada tras temporada.
Voces en primera persona
- “Perdimos todo. Si nos prestan para comprar materiales, en dos días levantamos algo”, asegura un albañil que ya mide con la vista la base de su futura pared.
- “No puedo mandar a los chicos a la escuela con la ropa húmeda”, dice una madre que sacude buzos frente a un fogón.
- “El crédito, aunque sea pequeño, nos salva. La dádiva no alcanza”, sintetiza una vecina que enumera clavos, tirantes y chapas como si recitara una lista de supermercado.
La idea es simple y poderosa: microcréditos de entrega rápida, con devolución a tasa social, para que cada familia compre materiales y reconstruya en autogestión. No piden subsidios perpetuos; piden un puente.
Lo estructural detrás del incendio
El fuego no es solo una fatalidad. Es la consecuencia visible de un problema invisible: hacinamiento, instalaciones eléctricas caseras, calor a leña, cocinas improvisadas, viento que abre huecos, lluvia que pudre maderas. Todo sostenido por ingresos informales y alquileres de pieza que suben más rápido que los sueldos.
En este contexto, cada chispa es una amenaza y cada invierno, un examen de resistencia. Sin política pública sostenida —servicios formales, lotes con servicios, créditos blandos, núcleos sanitarios, materiales de bajo costo—, el incendio de hoy anuncia el del mes que viene.
Qué haría falta mañana (y es viable)
- Banco municipal de materiales (chapa, tirantería, aislantes, kits eléctricos seguros) con logística de entrega en 24–48 h para familias damnificadas.
- Microcréditos de emergencia con tasa social y devolución acompañada por monotributo social o cooperativas de trabajo.
- Cuadrillas mixtas (municipio–cooperativas–vecinos) para levantar núcleos secos/baños y primeras cubiertas en 72 h.
- Inspección y mejora eléctrica urgente: cableado seguro, disyuntores, capacitación vecinal y seguro contra incendio comunitario.
- Prevención todo el año: relevamiento de riesgos, cortafuegos entre construcciones, puntos de agua y campañas de invierno.
No es caridad: es inversión anticrisis. Cada peso puesto antes del fuego ahorra diez después.
Un cierre sin resignación
Entre chapas torcidas, los chicos inventan una cancha y patean una pelota gastada. Los adultos cuentan clavos, miden paredes, trazan un plano en el suelo. La escena es dura, pero no es derrotada. Lo que estas familias piden es exactamente lo que cualquier ciudad debería ofrecer: herramientas para rehacerse.
El milagro que esperan no baja del cielo. Se construye con decisión política, crédito accesible y la misma organización que hoy sostiene las ollas. Lo demás es humo. Y el humo, ya aprendimos, no abriga.
✍️ Roberto Gomes (ex jefe de redacción diario El Atlántico MDQ)
Arquitecto, periodista, ambientalista, activador de conciencia urbana.
A Better World, Now Possible!
EcoBuddha Maitreya
©2025. All rights reserved. Conditions for publication of Maitreya Press notes

Deja un comentario