¿La protectora es la “mejor amiga” de los animales?
Por RG
(síntesis narrativa amplia de la cobertura del 17 de junio de 1988)
La página golpea sin rodeos: hambruna, hacinamiento y descontrol en el predio de la Protectora de Animales. Las fotos cuentan tanto como el texto: decenas de perros flacos, peleándose por restos; cuchas improvisadas entre maderas húmedas; un cuidador que intenta repartir lo poco que hay. La denuncia central es brutal: el hambre llevó al canibalismo. No es un hecho aislado, sino el síntoma visible de un sistema que se quedó sin comida, sin reglas y sin conducción.
Qué muestra la investigación
- Superpoblación crónica: se hablaba de centenares de perros juntos, sin clasificación por edad, tamaño o estado sanitario.
- Alimentación insuficiente y errática: se repartían sobras, pan duro y raciones mínimas; el artículo documenta animales devorados por sus propios congéneres.
- Infraestructura precaria: corrales rotos, refugios que no aíslan del frío y la lluvia, agua encharcada.
- Gestión bajo sospecha: el cuidador —identificado como Augusto Triviño Salas— señala faltantes de comida y fondos, y afirma haber denunciado internamente sin respuesta.
- Voluntarias históricas: reclaman control, transparencia y ayuda, y preguntan —con razón— “¿No le importamos a nadie?”.
No hay morbo en el abordaje: hay urgencia. El texto no se queda en el señalamiento; describe el circuito completo de la falla: ingresos sin límite, cero política de castración, nula derivación, casi inexistente adopción y una administración que no rinde cuentas.
Lo que hacía falta (y sigue valiendo)
- Emergencia alimentaria inmediata
- Convenio Municipal + supermercados + frigoríficos para garantizar balanceado, proteína y agua durante 90 días.
- Auditoría de stock y raciones por corral; tablero diario visible (ingresos, egresos, kilos servidos).
- Intervención y auditoría
- Comisión transitoria (Municipio, Colegio de Veterinarios, universidades, ONG, veedores ciudadanos).
- Relevamiento sanitario, plan de vacunación y desparasitado, censo fotográfico y trazabilidad por microchip/collar numerado.
- Rediseño del predio y protocolos
- Separación por tamaño, sexo, estado sanitario y conducta.
- Corrales secos, techos y pisos drenantes; áreas de cuarentena y recuperación; turnos de limpieza con registro.
- Capacitación en etología básica para personal y voluntariado.
- Puerta de salida: adopción + castración
- Programa semanal de adopciones responsables (ficha, visita, seguimiento).
- Esterilización masiva, sostenida y gratuita con móviles barriales; registro único para evitar reingresos.
- Gobernanza y transparencia
- Estatuto con consejo directivo rotativo, balances auditados y publicación mensual de datos abiertos (animales, gastos, donaciones).
- Canal de denuncias, inspecciones sorpresivas y sanciones por maltrato u omisión.
Por qué esta nota importa
Porque expone algo que las ciudades suelen esconder: los animales abandonados son un problema público. No basta con la buena voluntad de un puñado de personas; hace falta política: presupuesto, controles, veterinaria, comunicación y, sobre todo, prevención para que el refugio no sea un embudo infinito.
La página de 1988 deja una lección incomodísima y vigente: cuando el Estado mira para otro lado y la conducción se encierra, los que pagan son los más vulnerables. La respuesta no es el linchamiento mediático ni la indiferencia; es rescatar, ordenar y transformar. Con comida hoy, sí. Con reglas mañana, también. Y con una sola brújula: dignidad para cada animal que cruce esa puerta.
✍️ Roberto Gomes (ex jefe de redacción diario El Atlántico MDQ)
Arquitecto, periodista, ambientalista, activador de conciencia urbana.
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