El San Luis en las sombras, y el precio íntimo de la guerra
(síntesis narrativa de la doble página, 16 de abril de 1989)
La edición arma un díptico poderoso: de un lado, el retrato de un marino que “cumplió su sino: morir en guerra”; del otro, la hazaña silenciosa del submarino ARA San Luis. Entre ambos textos respira el mismo clima: profesionalismo, riesgo extremo y la certeza de que la épica siempre viene acompañada por lágrimas privadas.
El hombre y su destino
La primera pieza es una biografía contada en proximidad: una vida naval hecha de guardias, zafarranchos, cursos, bitácoras y un estilo de mando sobrio. No hay alharaca: hay oficio. Fotografías enmarcadas, un sable, insignias; objetos que, en la pared de la casa, hablan por él. El relato atraviesa escuelas, destinos y mares; termina donde casi siempre terminan estas historias: una familia frente a un féretro cubierto por la bandera, abrazos de camaradas, clarines, y el silencio que sigue al “presente”.
El texto evita el panegírico y se queda con los gestos: una mano apoyada en un hombro, el pañuelo apretado, la fila de uniformes que rinden honores. Hay una idea central: la patria no se honra solo con discursos; también con el cuidado de quienes quedan.
Un moribundo que burló al “bretón”
La columna central recupera una viñeta naval: un submarino viejo, enfermo de chapa y años, que aún así entra en escena y engaña a un adversario superior. Es una miniatura de táctica: capas térmicas, silencio de máquinas, paciencia, periscopios que apenas asoman, y la geografía como aliado. Una enseñanza: en el mar, a veces sobrevive quien sabe desaparecer.
El San Luis: cazar y sobrevivir
La derecha de la doble página cuenta la campaña del ARA San Luis, la pieza más esquiva de toda la guerra en el Atlántico Sur. Un submarino moderno para su época, con tripulación joven y bien adiestrada, que se internó en el teatro de operaciones y obligó a toda una escuadra enemiga a jugar a la defensiva. El San Luis no necesitó hundimientos para torcer la lógica: bastó con estar, moverse en silencio, aparecer en los sonares como fantasma y forzar a los escoltas a gastar combustible, horas de vuelo, nervios y munición en perseguirlo.
El relato subraya lo verdaderamente notable: seguir operando bajo fallas y limitaciones (equipo y armas que no siempre respondían, mar duro, presión constante) y aun así mantener la iniciativa, elegir cuándo disparar, cuándo escapar, cuándo volver a ser rumor. Cada contacto enemigo, cada patrón de botes y helicópteros desplegados, confirmaba que el San Luis había tomado el control del tiempo. Volvió a puerto con su tripulación completa y una leyenda de acero y silencio.
Técnica sin olvidar lo humano
La nota equilibra planos: táctica submarina (capas de temperatura, régimen de baterías, evasión por ruidos, “quiet ship”, contramedidas) y rostros concretos: el comandante que decide, el sonarman que escucha “algo” donde otros oyen mar, el maquinista que cuida baterías como si fueran órganos. No hay romanticismo; hay profesión.
Memoria responsable
Las páginas cierran con un hilo común: honor y cuidado. Honor para los que navegaron en silencio y para los que cayeron; cuidado para los veteranos y para las familias. La enseñanza que deja esta doble página es nítida: un país marítimo necesita fuerzas preparadas y, sobre todo, una memoria que no confunda épica con olvido. La guerra pasa; la responsabilidad con los suyos, no.
✍️ Roberto Gomes (ex jefe de redacción diario El Atlántico MDQ)
Arquitecto, periodista, ambientalista, activador de conciencia urbana.
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