Así se vive y se espera: crónica desde las villas miseria

Así se vive y se espera: crónica desde las villas miseria

Por RG

Mar del Plata — Entre charcos helados y chapas que tiritan, la ciudad exhibe su costura más frágil: las villas de emergencia. Son casi dos centenares de asentamientos que se estiran en los bordes, a la vera de vías, arroyos o terrenos fiscales, con viviendas que el viento mueve y la lluvia cala. Allí transcurre una vida que se mide por turnos en el comedor, por el precio del gas en garrafa y por la paciencia para esperar promesas que no llegan.

El día que empieza antes del sol

A las cinco, cuando todavía es noche, se prende el primer brasero. La humedad de la madrugada obliga a encenderlo aun sabiendo que el humo enferma; la alternativa es el frío. Hay una fila para el agua —un tanque comunitario cuando hay suerte— y otra para el baño, que casi siempre es letrina. Las mujeres preparan mate cocido; los chicos buscan medias secas.
La escuela queda lejos. A veces no hay colectivos o el barro convierte la ida en travesía. Falta abrigo, faltan zapatillas, falta desayuno. Lo que no falta es voluntad, pero la voluntad sola no camina.

Una espera con nombres

Sonia y Liliana sobreviven entre Avellaneda y Malvinas. Arman paredes con pallets, techo con nylon reforzado y rezan para que el viento no lo arranque. “No pedimos regalo —dicen—. Queremos que cumplan lo prometido: materiales, una conexión segura, un papel que diga que podemos estar”.
A pocas cuadras, José Luis muestra un terreno del tamaño de una habitación. “A mí nadie me ofreció ayuda. Trabajo cuando sale. Si hubiera crédito chico, compro chapas y me levanto la pieza. Con una visita y una foto no se vive.”

La trastienda de la promesa

Los funcionarios que recorren el barrio —clipboards y cámaras— prometen “gestiones”. La palabra más repetida es “pronto”. El vecino aprendió a traducirla: meses. En el medio, el invierno.
La ayuda que llega (si llega) es episódica: algunas frazadas, fideos, chapas sueltas. No hay continuidad, no hay un plan por barrios, no hay un calendario público que permita saber cuándo y qué se va a hacer.

Trabajo que no alcanza

La mayoría vive de changas: albañilería, pintura, limpieza, reciclado. Ingresos a saltos. Cuando no hay, la calle paga en monedas y el comedor suple el almuerzo. Las garrafas se prenden cada vez menos; la leña es lo que queda. La cuenta de la luz, si la hay, se paga a medias: conexiones precarias, cables improvisados, un riesgo que todos conocen.

Lo que duele en los chicos

Los pediatras del centro de salud anota siempre lo mismo: bronquiolitis, diarreas, dermatitis, desnutrición. Enfermedades que no deberían ocurrir si el agua fuera segura, si la casa aislara del frío, si el humo del brasero no invadiera cada habitación. “El invierno nos gana”, repiten las madres, y la frase suena a diagnóstico.

Lo urgente que sí puede hacerse

  1. Módulos “Techo Digno 72 h”: paneles aislantes, tirantería, membrana, kit eléctrico con disyuntor, instalación básica de agua. Entrega por cuadrillas municipio–cooperativas–vecinos.
  2. Microcréditos a tasa social (3–5 salarios mínimos, 24–36 cuotas) para materiales, con compras comunitarias que abaraten precios.
  3. Regularización por barrios: mensura, títulos progresivos, luz y agua seguras antes de cualquier desalojo.
  4. Centros de jornada extendida cerca de los asentamientos: desayuno, almuerzo, apoyo escolar y abrigo; transporte barrial para garantizar asistencia.
  5. Calendario público de obras y entregas: qué, cuándo, dónde y cuántas familias; tablero online y en carteleras del barrio.

Lo estructural que deja de repetir la historia

  • Banco de suelo urbano para generar lotes con servicios.
  • Programa de empleo local (veredas, zanjeo, arbolado, reciclado) que pague un salario de referencia y deje mejoras visibles en el propio barrio.
  • Mesa única de gestión (Municipio–Provincia–Nación–ONG–Iglesias–Universidades) con presupuesto consolidado y metas trimestrales.

Epílogo: la dignidad no es una foto

En la villa, la vida es hoy. El barro no espera licitaciones, el frío no entiende decretos y el hambre no sabe de expedientes. Aún esperan el apoyo prometido —lo dicen con una calma que impresiona—, pero también muestran el camino: organización, trabajo, prioridades simples.
Si hay materiales, construyen; si hay crédito, pagan; si hay un plan, lo sostienen. A veces la política confunde ayuda con visita. Acá lo tienen claro: la dignidad es un techo que no se vuela y un futuro que no se posterga. Lo demás, es ruido.

✍️ Roberto Gomes (ex jefe de redacción diario El Atlántico MDQ)

Arquitecto, periodista, ambientalista, activador de conciencia urbana.

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